Un
dia más se levantó de la cama, listo para ir al colegio.
Pero
esa mañana, algo en él había cambiado. Cuando se miró en el espejo del lavabo,
tras aliviar su vejiga (una costumbre matutina más vieja que el propio tiempo),
lo que vio no le satisfizo. El niño que le devolvía la mirada desde el espejo parecía
otro. Decidió dejarlo estar por el momento, pero lo cierto es que, desde ese
mismo momento, un vacío en su interior empezó a coger forma.
Los
días posteriores fueron igual. No importaba en qué momento mirara en el espejo;
lo que veía le hacía sentir mal. La persona del espejo (que, aunque era
exactamente igual que él, no era aceptada por el joven) le reprochaba algo.
Aunque no sabía el qué. ¿Qué hacía mal para merecer esa mirada? ¿Acaso no había
sido siempre un buen chico?
Desde
su inocencia, el niño lo achaco a las notas. “Será eso, he de esforzarme más. Seré
el mejor de clase, seguro que así me volveré a encontrar en el espejo.”
Y
el niño estudió y estudió. Pasaron los años, y se convirtió en un alumno de matrícula
de honor. Fue el mejor de clase. El mejor de su curso. El mejor en todo el colegio.
Pero
no fue suficiente. No importaba como de bien lo hiciera, la persona del espejo
le seguía devolviendo la misma mirada. El niño (que ya no lo era tanto) decidió
ser el mejor en más disciplinas.
Se
convirtió en un laureado deportista. Un aclamado poeta. Un alabado actor. Un
reconocido escritor. Un amado filántropo.
Pero
no sirvió de nada.
Conforme
más conseguía, el vacío en su interior aumentaba, y peor era la mirada que le
esperaba en el espejo.
Al
acabar sus estudios universitarios (con las mejores notas hasta la fecha, y el
reconocimiento del profesorado) encontró el mejor de los trabajos. Gracias a él
consiguió la mejor de las mansiones, con el mejor de los jardines y un garaje
en el que podía guardar la mejor colección de coches. El mundo entero estaba a
sus pies, y absolutamente toda la humanidad le miraba con respeto.
No
así el espejo.
Un
dia ya no pudo más, y tras despertarse del escaso descanso que le permitía el vacío
que en él vivía, rompió todos los espejos que tenía en la que era la mejor de
las mansiones. La rabia se había apoderado de él ¿o era tal vez el miedo el que
había cogido el volante? Sea como fuere, con el último de los espejos hecho
añicos en el suelo, se relajó un poco. “Nunca más seré víctima de ese ser que me
odia escondido en un espejo”.
Pero
la desgracia del hombre estaba lejos de llegar a su fin. Sentía que, en
cualquier superficie con reflejo, ese ser idéntico a él le miraba. Empezaron a
aterrarle los escaparates, las aguas calmadas, incluso el reflejo de los
cubiertos. Por más que huía, ese ser no dejaba de acosarlo. Llego a verlo
incluso en los ojos de aquellos a los que amaba.
Finalmente,
la locura anidó en él, y convertido en el despojo del hombre que una vez fue,
huyó a la más profunda de las cavernas, donde la oscuridad no tuviera nada que
reprocharle.
Dicen
que a dia de hoy, sigue vivo. Dicen también que, si te acercas lo suficiente,
puedes oír lo desgarradores gritos que salen de sus pulmones.
Alfredo Mateo Oltra
Historia inspirada en el poema "The man in the Glass" de Peter Dale Wimbrow Senior