sábado, 10 de diciembre de 2022

Kafka y la muñeca

Hace unas semanas, mi familia estuvo de vacaciones en Praga. Me trajeron una preciosa postal de Kafka, que me hizo recordar una historia sobre el autor que nada tiene que ver con su obra literaria, pero que es igual de buena.

Poco antes de morir, andaba el escritor dando un paseo por un parque de Berlín. Se encontró con una niña que le pidió ayuda, ya que había perdido a su muñeca. Por mucho que se esforzaron en encontrarla, no apareció por ninguna parte, y la pequeña no pudo hacer más que llorar, desconsolada.

Fue en ese momento cuando el autor de “La Metamorfosis” tuvo una genial idea. Le dijo a la pequeña que su muñeca no se había perdido, sino que se había ido de viaje y que él, casualmente, era un cartero especializado en entregar correspondencias de muñecas.

La niña no dio mucho crédito al principio, pero ambos se vieron en el mismo parque todas las semanas, y el escritor le entregaba siempre una carta, en la que la muñeca relataba las increíbles aventuras que estaba viviendo alrededor del mundo. La joven era incluso más feliz que cuando tenía a la muñeca consigo.

Kafka puso en este cometido todo su empeño. Su propia pareja (que avaló esta historia como verídica) dijo que para él fue tan importante como escribir sus libros.

Es aquí donde la historia toma dos caminos, y no se sabe cuál es el verdadero. Me limitaré a contarlos, y que cada uno decida cuál es su final favorito.

Kafka apareció una mañana con una muñeca nueva. La niña, al verla, dijo que no era la suya. Sin embargo, ésta llevaba una última carta consigo que rezaba:

“Querida amiga, mis viajes me han cambiado”

La niña se sintió así satisfecha, y fue muy feliz con el reencuentro. Dicen que, pasados unos años, muerto ya el escritor, la joven encontró una pequeña nota dentro de las vestiduras de la muñeca, en la que ponía lo siguiente:

“Es probable que pierdas cada cosa que amas, pero al final, el amor volverá de una forma diferente“.

Esta es la primera historia. La segunda, por desgracia, es mucho más escueta: Kafka le entregó una última carta a la niña, en la que la muñeca le decía que se había casado, que tenía pensado formar una familia, y que siempre la querría y recordaría. Era el momento de decir adiós, ya que todas las historias, por buenas que sean, deben tener un final.