Estuve ante la Venus en París, pero me sentí estafado al ver que no eras tú.
Me planté ante el palacio de la reina en Londres, pero no entendí porqué no era a ti a quién coronaban.
Visité Pompeya, y me reí de las cenizas, por haber ardido en un calor que no era el tuyo.
Llegué a Roma, y puse en duda que hubiera sido un imperio, ya que a ti nunca te han conquistado.
En el santo sepulcro de Jerusalén me declaré apóstata, pues solo conozco tu religión y el tuyo es el templo más bello.
Y cuando llegué a casa grité desconsolado, pues descubrí que no existe un lugar al que llamar hogar sin ti.