sábado, 28 de marzo de 2020

Ataúd para dos

No sabría contar la veces que he caminado contigo la línea entre locura y la cordura. Tanto es así, que ya ni siquiera sé en que lado estábamos cada uno.
Lo tenía todo clarísimo. Mi fe, mis ídolos, mis creencias... y las cambié por ti. ¿O tal vez siempre te recé a ti, incluso cuando no te conocía? Yo qué coño sé, ya no recuerdo nada.
Todo lo anterior a ti queda en el olvido, y desde tu aparición, reescribimos el significado de ser "uña y carne": fuiste la soga que acariciaba constantemente mi cuello. Las balas de la pistola que rozaba todas las noches mi sien. El último pico de caballo del yonki que se había propuesto dejar de consumir. El último no por dejarlo después, sino porque después no es más que un cadáver.
Pero eso hay que reconocértelo; eras mi sobredosis. Las mayores subidas y las peores bajadas eran las que tú me dabas.
Nos odiábamos tanto como para dejarnos en coma, pero nos amamos lo suficiente como para no desconectar la máquina después. Además, ya conocíamos el infierno que nos esperaría después, ya que nos lo creábamos todos los días.
El día y la noche... Y yo el estúpido lobo que aullaba a una luna que creía que era suya.
Cada discusión era interpretada a la perfección, nuestro papel favorito, nuestra casa era el teatro perfecto para nuestra eterna tragedia. La crónica de una muerte anunciada, que para nuestra desgracia, nunca llegaba.
Pero una vida no es suficiente para albergar nuestra desdicha; no hay suficientes asaltos en este combate, aún nos quedan sentimientos por romper.
Si tú saltas, yo salto. Pero sólo si me prometes que es desde un rascacielos.
Por eso, cariño, pide ataúd para dos: esto va para largo.