Todas las noches, cuando me acuesto, me encuentro con un
viejo amigo.
Cuando
era niño, era muy pequeño. Pero cada día es más grande. Me encargo yo de cuidarlo, como si
de una mascota se tratase. Creo que se aprovecha de mí, porque yo podría vivir
sin él, pero él sin mí…
Cada noche le cuento algo de mi vida. Las cosas que hago.
Las que me he dejado por hacer. Las que quiero hacer y las que nunca llegaré a
hacer. Él no dice nada, simplemente se queda callado, escuchando. Actúa como si
me hiciera un favor, pero no estoy muy seguro.
El caso es que ya no me llevo muy bien con él. Siempre le
doy algo, pero él nunca me da nada a mí. Por si fuera poco, cuanto más grande
es lo que le doy de mí, crece más, y más de mí me pide. Y ¿Qué me da a cambio?
Nada. Solo pide más.
De todos modos, todo esto resulta bastante paradójico para
mí ¿Cómo puedes atiborrar algo sin cesar, pero no conseguir llenarlo nunca? Que yo sepa, cuando metes cosas en una habitación, por ejemplo, esta se hace más pequeña, no más grande.
Últimamente está más hambriento que nunca. Así que una noche
me planté, y le dije que me diera algo a cambio. Que, al menos, me dijera quién
era.
Me respondió que era El Vacío. Mí Vacío, nada
menos. Antes de que volviera a callarse para siempre, le pregunté si pensaba
estar satisfecho en algún momento. Si algún día cogería la puerta y se iría.
Él se limitó a mirarme y me respondió, dando por zanjada la
conversación; “¿Quién sabe? Prueba a seguir alimentándome, y ya veremos”
No hay comentarios:
Publicar un comentario